Hace dieciséis años, en 2003, llegué por primera vez a esta ciudad encantadora que ahora llamo hogar.
Recuerdo claramente el momento en que mis ojos se posaron en la majestuosa Torre Agbar, aún en construcción.
En ese instante, bauticé cariñosamente a esta emblemática estructura como «la torre del Tetris», un apodo que aún me saca una sonrisa.
Mi trayectoria en Barcelona ha estado marcada por momentos de todo.
Antes de venir a Barcelona, experimenté la pérdida de mi querida titi en 2008, quien fue más que una tíaabuela para mí; fue como una madre. Su partida dejó un vacío en mi vida y marcó un punto de inflexión, impulsándome a buscar nuevos horizontes.
Decidí emprender un nuevo rumbo y encontré un rinconcito en el hogar de mi amiga Esther.
Las casualidades o causalidades existen y eso hizo que tuviera que hacer transbordo en la plaza de Glòries, justo en frente de la Torre Agbar, cuando me trasladaba por la ciudad. Desde ese punto estratégico, tomaba el tranvía que me conducía directamente al centro comercial Diagonal Mar.
En estos dieciséis años, Barcelona se ha convertido en mucho más que un lugar donde vivir; se ha transformado en mi hogar, en el escenario de mis alegrías (incluso en el metro) y desafíos, en la ciudad que me ha visto crecer y evolucionar (como un Pokemon).
Sus calles, su gente, su cultura y su historia han dejado una marca indeleble en mi corazón, una marca que celebro con orgullo en este día, mi Catalaniversario.
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